"La ex"
La Ex
-Buen día ¿En qué podemos servirle?
-Gracias señorita. Mire, yo vine a cancelar mi tarjeta de crédito, pero ante todo quiero que no trate de convencerme de lo contrario. Yo respeto su trabajo, usted respete mi decisión. Aquí le doy mi cédula, con ella tendrá mis datos personales, lo demás que tenga que saber lo tiene ahí en el sistema, porque yo sé que ustedes saben más de mí que yo misma.
La joven empleada del banco se quedó desconcertada ante tales alegatos y al tratar de articular palabra la tarjetahabiente interrumpió:
-Si es un requisito decir el motivo de la cancelación, entérese que ya no puedo seguir tomando dinero prestado. Quizás sí puedo tomarlo, lo que no puedo es pagarlo. Ustedes han aumentado la tasa de interés por retiro en efectivo y no quiero imaginar lo que me cobran por sobregiro. Sepa también que no deseo pagar el seguro de vida que me descuentan todos los meses, pues no tengo quien lo cobre cuando yo muera. ¡Ah! Tampoco quiero pensar que tengo dinero disponible, cuando en realidad lo que tengo es un dinero por pagar.
La encargada recogió la tarjeta de la mesa y abrió la boca para enunciar una frase, pero la otra interrumpió nuevamente:
-Usted, al igual que yo, es empleada y no tiene la culpa de las políticas de este banco. A pesar de ello, le ruego no trate de convencerme, porque además de que no lo logrará, desperdiciará el valiosísimo tiempo de los clientes que esperan por usted en esa fila. No intente convencerme, porque aquí sólo el funcionario del gobierno evade impuestos. Yo no puedo, y si pudiera no lo haría y sé que usted tampoco, porque se le ve que es una muchacha seria, y además inteligente; apuesto a que usted no tiene tarjeta de crédito.
Ahora la empleada del banco tecleaba con rapidez frente al ordenador. Ya no intentaba hablar; sobreentendía que la mujer desesperada no le dejaría. Y en efecto, la clienta seguía manifestando:
-Quizás usted no sepa de necesidad, pero yo ahora mismo me olvido de todas mis precariedades y me concentro en cancelar esta tarjeta que, con su ilusión comercial de facilitar las cosas, me viene absorbiendo todo el sueldo desde hace mucho. Así que tome mi tarjetita por favor y córtela en cuantos pedazos quiera. Mire que estoy que si no la corta usted me la como yo; no se imagina el hambre que traigo. No he pasado nada por esta boca hoy, y aunque me estoy tragando un cable, créame: no quisiera que lo próximo fuera un plástico.
La empleada del banco, con voraz decisión, recortó un trozo triangular que cayó al zafacón. La ex tarjetahabiente se aseguró de que estuviera bien rota y fue entonces cuando en su cara de hambre se dibujó una sonrisa feliz. Se fue por todo el pasillo saludando con extrema cortesía y con inquebrantable decisión abrió y cerró al salir.
Nathalie García
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