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Mostrando las entradas de 2016

Un peqeño conflicto - Noé Zayas

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***** Un Pequeño Conflicto Porque trabaja, papi, porque trabaja. No como tú, que solo sabes quejarte y decir que te duele y no puedes ni cargarme, porque siempre tienes las manos llenas de ampollas. Y es por eso que Esther tiene bici, porque su padre gana mucho dinero y nos da caricias con sus manos suaves de algodón y olorosas, como flor de eucalipto en la mañana. Tiene dinero para comprarle muchas co sas. Y ella me dijo que es porque él trabaja mucho. -Sí, amor… -No te quiero- La niña finge llorar; sale huyendo hacia la mata de almendras que copa la pequeña casa. El padre, con mucho esfuerzo, logra seguirla con la mirada, sonríe, y vuelve a caerse de la silla de ruedas. Noé Zayas (dominicano) *******

Los amos - Juan Bosch

Los amos Cuando ya Cristino no servía ni para ordeñar una vaca, don Pío lo llamó y le dijo que iba a hacerle un regalo. -Le voy a dar medio peso para el camino. Usté esta muy mal y no puede seguir trabajando. Si se mejora, vuelva. Cristino extendió una mano amarilla, que le temblaba. -Mucha gracia, don. Quisiera coger el camino ya, pero tengo calentura. -Puede quedarse aquí esta noche, si quiere, y hasta hacerse una tisana de cabrita. Eso es bueno. Cristino se había quitado el sombrero, y el pelo abundante, largo y negro le caía sobre el pescuezo. La barba escasa parecía ensuciarle el rostro, de pómulos salientes. -Ta bien, don Pío -dijo-; que Dio se lo pague. Bajó lentamente los escalones, mientras se cubría de nuevo la cabeza con el viejo sombrero de fieltro negro. Al llegar al último escalón se detuvo un rato y se puso a mirar las vacas y los críos. -Que animao ta el becerrito -comentó en voz baja. Se trataba de uno que él había curado días antes. Había tenido gusanos en ...

Diles que no me maten - Juan Rulfo

¡Diles que no me maten! -¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad. -No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti. -Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios. -No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá. -Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues. -No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño. -Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles. Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo: -No. Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato. Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir: ...

"El pez de Ramón"

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"El gato negro"

El Gato Negro No pretendo que me crean, pero sé que mañana moriré y deseo relatar los extraños hechos que me han torturado y provocaron mi ruina. Desde  niño  me gustaban los  animales  y mis padres me permitieron siempre tenerlos. Esta afición creció conmigo y pude disfrutar de la abnegada amistad de los animales. Me casé joven y por fortuna, mi esposa compartía mi gusto por los animales domésticos, y los teníamos de todas clases: peces, pájaros, un perro, un monito, conejos y un gato. El  gato  era completamente negro de gran tamaño y poseía una asombrosa sagacidad. Se llamaba Plutón y era mi favorito, me seguía a todas partes y debía frenarlo para que no anduviera tras de mí en las calles. Nuestra amistad duró años. En este tiempo, mi temperamento se vio alterado por culpa del alcohol, me fui volviendo melancólico, irritable e indiferente a los  sentimientos  ajenos. Llegué a maltratar a mi mujer. También maltrataba a nuestras mascot...

Jesús en vitrina - Hilma Contreras

Jesús en vitrina En un zaguán había tres jóvenes sentados. Uno a uno fueron llegando silenciosos y con el ceño fruncido. Cuando el último se dejó caer en la mecedora, los otros dos exclamaron: —¡Romance sin palabras! —¿Eh? –gruñó el recién sentado. Pero tan sin palabras era el romance que los tres pensamientos se hicieron trizas en una misma carcajada. Eran tiempos de pascuas; de cielo azulísimo, profundo y denso. El aire, un airecillo fisgón y frío, metía su nariz impertinente en la intimidad de todos. En unos, duplicándoles la alegría de vivir, y en otros, hincándoles más en el alma la espina de la vida. Los tres jóvenes se miraron. —Riámonos de nosotros mismos –insinuó Wenceslao–. Después de todo, burlarse de la vida es ya vivir. La más morena de las dos muchachas agregó: —Sí y se llora por dentro. No –profirió con mayor severidad–, no, ¿sacia el hambre alimentarse de su propia sangre? ¡Por Dios Santo, que si la comida no mejora, cambio de pensión! —Emelina ti...