"El gato negro"
El Gato Negro
No
pretendo que me crean, pero sé que mañana moriré y deseo relatar los extraños
hechos que me han torturado y provocaron mi ruina.
Desde niño me
gustaban los animales y mis padres me permitieron siempre tenerlos.
Esta afición creció conmigo y pude disfrutar de la abnegada amistad de los
animales.
Me
casé joven y por fortuna, mi esposa compartía mi gusto por los animales
domésticos, y los teníamos de todas clases: peces, pájaros, un perro, un
monito, conejos y un gato.
El gato era completamente negro de gran
tamaño y poseía una asombrosa sagacidad. Se llamaba Plutón y era mi favorito,
me seguía a todas partes y debía frenarlo para que no anduviera tras de mí en
las calles. Nuestra amistad duró años. En este tiempo, mi temperamento se vio
alterado por culpa del alcohol, me fui volviendo melancólico, irritable e
indiferente a los sentimientos ajenos.
Llegué a maltratar a mi mujer. También maltrataba a nuestras mascotas. Sin embargo,
alcancé a dominarme con Plutón. Mi enfermedad empeoraba hasta que finalmente,
el propio Plutón comenzó a sentir mi mal humor.
Cierta
noche en que volvía a casa completamente ebrio, me pareció que el gato evitaba
mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, el susto hizo que me mordiera en la
mano. Esto me provocó tal furia que perdí la noción de lo que hacía. Saqué mi
cortaplumas del chaleco y lo sujeté por el cuello mientras lo abría, por placer
le hice saltar un ojo. Tiemblo avergonzado mientras escribo esto.
A la
mañana cuando recobré la razón, sentí gran remordimiento, pero era un
sentimiento débil que no bastó para cambiar mi alma. Ahogué con vino mis
recuerdos.
El
gato mejoraba lentamente y se paseaba por la casa. Pero como es natural, salía
despavorido al verme. Al principio me entristecía por su actitud, pero luego
comencé a sentir fastidio y el espíritu de la perversidad se presentó para mi
caída final. Una mañana con premeditación, ahorqué al gato en la rama de
un árbol,
porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que cometía un
pecado mortal al hacerlo.
Esa
misma noche, desperté mientras mi casa estaba ardiendo y con gran dificultad,
pudimos escapar mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Al día
siguiente del incendio, acudí a visitar las ruinas. Sólo una pared había
permanecido en pie, el tabique divisorio en que apoyaba la cabecera de mi
lecho. Grabada en el enlucido, estaba la imagen de un gato gigantesco con una
soga alrededor del pescuezo. Primero sentí terror, pero luego la razón
predominó y busqué una explicación. Como había ahorcado al animal en el jardín
contiguo a la casa, alguien pudo arrojarlo por la ventana abierta. El animal
habría quedado atrapado entre las paredes caídas y el tabique y por acción de
las llamas, producir la imagen sobre el nuevo enlucido.
Durante
meses dominó mi espíritu un sentimiento de culpa y el fantasma del gato rondó
mi mente. Llegué al punto de buscar un animal que pudiese ocupar su lugar.
Una
noche estaba medio borracho en una taberna, cuando llamó mi atención un bulto
negro sobre unos toneles de ginebra. Me acerqué para comprobar que era un gato
casi idéntico a Plutón, excepto que este tenía una mancha blanca indefinida que
le cubría el pecho. Acaricié al animal y éste se mostró complacido. Ofrecí
comprarlo al tabernero, pero contestó que no lo conocía. Cuando me marchaba,
permití al animal que me acompañara y cuando llegamos a casa, se acostumbró de
inmediato. Se convirtió en el favorito de mi mujer. Al mismo tiempo, nacía en
mí una antipatía por el animal, cuyo cariño por mí, me disgustaba. Lo que había
motivado mi odio, fue descubrir a la mañana siguiente a que lo llevara a casa,
que el gato era tuerto, igual que Plutón. Esto también fue el motivo para que
mi mujer sintiera predilección por él.
El
cariño del gato hacia mí, parecía aumentar en el mismo grado que mi odio. Me
seguía a todas partes, se ovillaba bajo mi silla, se entreveraba entre mis
pies. En esos momentos deseaba matarlo, pero me paralizaba el recuerdo de mi
primer crimen, pero principalmente, porque le tenía terror.
La
mancha que tenía en el pecho, que al principio era indefinida, había adquirido
la forma nítida del patíbulo. Esto me sumió en la angustia y ya no pude
reposar. Durante el día, el animal me seguía todo el tiempo y durante la noche,
era presa de los más horribles sueños. Fue entonces que sucumbí a los más
terribles pensamientos. La melancolía se apoderó de mí y mi mujer sufrió los arrebatos
de mi cólera.
Un
día, mi mujer me acompañó al sótano. El gato nos siguió y estuvo a punto de
hacerme caer por la escalera, lo cual me hizo perder el control. Tomé un hacha
y descargué un golpe terrible, que mi mujer detuvo. Esto me provocó una rabia
tan descomunal que me zafé de su abrazo y hundí el hacha en su cráneo. Cayó
muerta a mis pies, en silencio.
Me
dediqué entonces a ocultar el cadáver. Como no podía sacarlo de la casa sin ser
descubierto, decidí, luego de muchas cavilaciones, emparedar el cadáver en el
sótano, tal como hicieran los monjes de la Edad Media.
El
sótano era especial para esta tarea y una de las paredes tenía una falsa
chimenea que había sido rellenada. Saqué los ladrillos con una palanca, coloqué
el cuerpo y lo mantuve en posición mientras colocaba la mampostería como estaba
originalmente. Reparé también el enlucido, de modo que no se distinguiera del
anterior. Al terminar, me sentí seguro.
Luego
busqué a la bestia, decidido a matarla, pero no se presentó aquella noche.
Finalmente pude dormir desde su llegada. Pasaron tres días, y el animal no
regresaba, me sentí libre.
Liberado
de mi atormentador, todo fue fácil. Incluso se practicaron algunas pesquisas en
la casa, pero naturalmente, nada hallaron. Al cuarto día del asesinato, se
presentó un grupo de policías para inspeccionar la casa. Convencido de mi
seguridad, acompañé a los oficiales en su examen. Por tercera o cuarta vez,
bajaron al sótano y no sentí inquietud. Los policías estaban satisfechos y ya
se marchaban. Pero yo sentía la necesidad de probar mi triunfo.
–
Caballeros, me alegro de haber disipado sus sospechas.- dije, cuando ya casi
salían- Sepan ustedes que esta casa está sólidamente construida. (Pretendiendo
decir algo natural)
Arrastrado
por mi triunfalismo, di un fuerte golpe con el bastón, sobre la pared detrás de
la cual estaba el cadáver de mi esposa. A continuación, se escuchó un quejido
sordo y entrecortado, un aullido inhumano.
Muerto
de miedo me
tambaleé hasta la pared opuesta. Los policías quedaron pasmados por un
instante. Luego atacaron la pared, que cayó de una pieza. Ante sus ojos,
apareció el cadáver cubierto de sangre coagulada. Sobre su cabeza, con la boca
abierta, estaba la horrible bestia que me había obligado al asesinato, y cuya
voz me había delatado. ¡Había emparedado al monstruo en
la tumba!
Edgar Allan Poe
Conchole
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