Me veo ahí. Soy yo. Muerta. Casi nadie llora. Algunos se desesperan, no por mi muerte, sino por el tremendo calor. ¡Qué horrible aspecto tengo! He visto muertos más bonitos. En fin. Un vaivén de gente. Escucho susurros que especulan sobre mi partida. Veo que un heladero se aprovecha de mi velatorio. Una jovencita, que cae desmayada afectada por mi muerte, gradualmente abre los ojos para ver si está causando sensación. Mis hijos descansan bajo un árbol del patio. No lo han asimilado o me olvidaron antes de enterrarme. Sentados, manipulan el celular, cambian su foto de perfil. Ahora anuncian su duelo colocando una imagen con el famoso lazo negro. Reciben comentarios. -¿Qué hacen chateando? ¡Oh sí! Luto virtual. Mis primas vienen de la capital a reencontrarse con sus antiguos novios. No, perdón. Vienen a mi entierro. Suena el teléfono, se apresura el silencio entre los pocos que lloran. Dejan el llanto por un instante, ahora es como si todos quisieran enterarse de la s...
LA ENEMIGA Recuerdo muy bien el día en que papá trajo la primera muñeca en una caja grande de cartón envuelta en papel de muchos colores y atada con una cinta roja, aunque yo estaba entonces muy lejos de imaginar cuanto iba a cambiar todo como consecuencia de esa llegada inesperada. Aquel mismo día comenzaban nuestras vacaciones y mi hermana Esther y yo teníamos planeadas un montón de cosas para hacer en el verano, como, por ejemplo, la construcción de un refugio en la rama mas gruesa de la mata de jobo, la cacería de mariposas, la organización de nuestra colección de sellos y las prácticas de béisbol en el patio de la casa, sin contar las idas al cine en las tardes de domingo. Nuestro vecinito de enfrente se había ido ya con su familia a pasar las vacaciones en la playa y esto me dejaba a Esther para mí solo durante todo el verano. Esther cumplía seis años el día en que papá llegó a casa con el regalo. Mi hermana estaba excitadísima mientras desataba nerviosamente la cint...
La Muerte es Samarra El criado llega aterrorizado a casa de su amo. -Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza. El amo le da un caballo y dinero, y le dice: -Huye a Samarra. El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado. -Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice. -No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá. Gabriel García Márquez
Comentarios
Publicar un comentario