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Mostrando las entradas de 2021

Un mes de muerta - Nathalie García

  Me veo ahí. Soy yo. Muerta. Casi nadie llora. Algunos se desesperan, no por mi muerte, sino por el tremendo calor. ¡Qué horrible aspecto tengo! He visto muertos más bonitos. En fin. Un vaivén de gente. Escucho susurros que especulan sobre mi partida. Veo que un heladero se aprovecha de mi velatorio. Una jovencita, que cae desmayada afectada por mi muerte, gradualmente abre los ojos para ver si está causando sensación. Mis hijos descansan bajo un árbol del patio. No lo han asimilado o me olvidaron antes de enterrarme. Sentados, manipulan el celular, cambian su foto de perfil. Ahora anuncian su duelo colocando una imagen con el famoso lazo negro. Reciben comentarios. -¿Qué hacen chateando? ¡Oh sí! Luto virtual. Mis primas vienen de la capital a reencontrarse con sus antiguos novios. No, perdón. Vienen a mi entierro. Suena el teléfono, se apresura el silencio entre los pocos que lloran. Dejan el llanto por un instante, ahora es como si todos quisieran enterarse de la s...

"La Muerte en Samarra" de Gabriel García Márquez

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La Muerte es Samarra    El criado llega aterrorizado a casa de su amo. -Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza. El amo le da un caballo y dinero, y le dice: -Huye a Samarra. El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado. -Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice. -No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá. Gabriel García Márquez

"La Mujer" autoría de Juan Bosch

  La carretera está muerta. Nadie ni nada la resucitará. Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se le ve vida. El sol la mató; el sol de acero, de tan candente al rojo, un rojo que se hizo blanco. Tornose luego transparente el acero blanco, y sigue ahí, sobre el lomo de la carretera. Debe hacer muchos siglos de su muerte. La desenterraron hombres con picos y palas. Cantaban y picaban; algunos había, sin embargo, que ni cantaban ni picaban. Fue muy largo todo aquello. Se veía que venían de lejos: sudaban, hedían. De tarde el acero blanco se volvía rojo; entonces en los ojos de los hombres que desenterraban la carretera se agitaba una hoguera pequeñita, detrás de las pupilas. La muerta atravesaba sabanas y lomas y los vientos traían polvo sobre ella. Después aquel polvo murió también y se posó en la piel gris. A los lados hay arbustos espinosos. Muchas veces la vista se enferma de tanta amplitud. Pero las planicies están peladas. Pajonales, a distancia. Tal vez aves rapaces c...

La rana que quería ser una rana auténtica

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Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello. Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.  Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.  Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían. Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían...

CUENTO "TENIENTE SOSA" DE NATHALIE GARCÍA

Publicado en Periódico El Jaya   Teniente Sosa Está sangrando. Una pedrada en la frente puede matar. Se esconde tras el camión, pero este arranca y solo deja un ronquido. Hace días viene pensando en su futuro. Había considerado retomar sus estudios. Lanzar bombas a los estudiantes no es lo suyo, pero no se piensa lo mismo con la frente rota. – ¡Encuentren a ese infeliz! Corre. No le queda gas. El lacrimógeno se le cayó junto con el arma. Se cubre entre los barriles de basura. Hace intento de respirar profundo, pero ese rincón huele a mundo podrido y a demandas incumplidas. – ¡Se escondió por allá! Los cristales vuelan como granizos afilados y los comercios cierran sus puertas a toda prisa. Todo es lanzado y a nadie le importa lo que se tira, cuando se tira con tanta rabia. En su casa, su hija o al menos eso él espera. Ruega que haya podido salir a tiempo del centro educativo. Allí comenzó todo porque los abanicos están dañados. Era una protesta cualquiera, un día cualquiera. Cuando...