CUENTO "TENIENTE SOSA" DE NATHALIE GARCÍA
Publicado en Periódico El Jaya
Teniente Sosa
Está sangrando. Una pedrada en la frente puede matar. Se esconde tras el camión, pero este arranca y solo deja un ronquido.
Hace días viene pensando en su futuro. Había considerado retomar sus estudios. Lanzar bombas a los estudiantes no es lo suyo, pero no se piensa lo mismo con la frente rota.
– ¡Encuentren a ese infeliz!
Corre. No le queda gas. El lacrimógeno se le cayó junto con el arma. Se cubre entre los barriles de basura. Hace intento de respirar profundo, pero ese rincón huele a mundo podrido y a demandas incumplidas.
– ¡Se escondió por allá!
Los cristales vuelan como granizos afilados y los comercios cierran sus puertas a toda prisa. Todo es lanzado y a nadie le importa lo que se tira, cuando se tira con tanta rabia.
En su casa, su hija o al menos eso él espera. Ruega que haya podido salir a tiempo del centro educativo. Allí comenzó todo porque los abanicos están dañados.
Era una protesta cualquiera, un día cualquiera. Cuando bajó del camión solo llevó un par de bombas con él. Luego entendió que no es de escolares buscar a un policía con tanta insistencia.
– ¡Tenemos que encontrarlo!
Necesita un plan. Observa, desde los escombros, que el neumático ha cobrado vida y que el humo es, ahora, un gigante que no colabora con la justicia.
– ¡Aquí hay una bota! ¡Sigan buscando!
Se olvidaron las consignas y por qué esto llegó a ser esto. Todo se resume a encontrarlo. Sus piernas tiemblan. Lleva mucho tiempo agachado. Ha logrado camuflarse entre las hojalatas y el cartón. Los otros actúan con seguridad, saben que pronto lo encontrarán. Se alejan un poco.
Improvisa una venda que cubre la herida. Una piedra furiosa puede ser peor que una bala. Contempla la posibilidad de salir y enfrentarlos. A su entender, la ciudad necesita orden y la policía, respeto.
Llega la ambulancia. La atacan con pedradas. Intenta devolverse y obstaculizan su paso.
– ¡Quémenla!
Abren las compuertas. Lanzan una botella con algún tipo de compuesto. Explota y el chofer sale desorbitado.
– ¡Muévanse, hay que encontrarlo vivo!
Esto es demasiado. Recuerda el día en que le salvó la vida a su compañero. Ese favor ya está pago; lo elevaron a Teniente. Piensa en que no debió bajarse del camión o que ellos debieron volver con refuerzos.
Un silencio de fuego cubre el entorno. Intenta mirar. Le espanta la idea de que lo tengan rodeado. Teme más a la calma que a los verdugos.
Escucha que se acercan. Encuentra un tubo. Lo toma. Algo es algo y peor es morir de rodillas. Esto ya no es por la Patria. Es por su apellido.
Desmantelan su refugio.
– ¡Míralo, escondido como una rata!
Sale al frente. Su cara tiene un glaseado de sangre. Esto turba a los desaprensivos, por lo que aprovecha y les va encima. Le rompe los dientes a uno. Otro lo ataca por detrás, pero se mantiene en pie. No quiere que hablen de él en pasado.
– ¡Me ha salido bravo el tenientico!
Continúa. Tumba dos. Le quedan más de veinte. No importa. Esto sirve de catarsis.
Lo sorprenden con un batazo en la rodilla. Llega la prensa y toma fotos. Todo queda grabado.
– ¡Esto es un mensaje para el General! ¡Aquí no hay miedo, coño!
Una punzada en el costado. Ya sabe que no seguirá sus estudios. No se queja. Por su mente viajan rápidamente los últimos episodios: camión, bomba, ambulancia, fuego.
Lo arrastran al medio de la calle. Una patada en el pecho de quien se supone es el jefe. Quiere vomitar. Intenta levantarse, pero sus extremidades no responden. Siente que le pisan la cabeza y es lo último que siente.
Nathalie García (San Francisco de Macorís)
En este cuento más que un cuento me pareció un relato de un hecho que ha pasado tantas veces en San Francisco de macoris, en aquella huelga estudiantiles que terminan con la muerte de un miembro tanto tanto estudiantil como policial , en este caso policial donde queremos ser respetado y solo se consigue con hechos violento como es este caso en lugar de usar el Diálogo que es la mejor fuente de comunicación entre los seres humanos. Y evitar tragedia innecesarias.
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