Un mes de muerta - Nathalie García
Me veo ahí. Soy yo. Muerta.
Casi nadie llora. Algunos se
desesperan, no por mi muerte, sino por el tremendo calor.
¡Qué horrible aspecto tengo! He
visto muertos más bonitos.
En fin. Un vaivén de gente.
Escucho susurros que especulan sobre mi partida. Veo que un heladero se
aprovecha de mi velatorio. Una jovencita, que cae desmayada afectada por mi
muerte, gradualmente abre los ojos para ver si está causando sensación.
Mis hijos descansan bajo un árbol
del patio. No lo han asimilado o me olvidaron antes de enterrarme. Sentados,
manipulan el celular, cambian su foto de perfil. Ahora anuncian su duelo
colocando una imagen con el famoso lazo negro. Reciben comentarios.
-¿Qué hacen chateando? ¡Oh sí!
Luto virtual.
Mis primas vienen de la capital a
reencontrarse con sus antiguos novios. No, perdón. Vienen a mi entierro.
Suena el teléfono, se apresura
el silencio entre los pocos que lloran. Dejan el llanto por un instante, ahora
es como si todos quisieran enterarse de la situación detrás del auricular. Para
su bienestar la llamada es del extranjero. Viene dinero en camino y adivino
para qué. Una corona de flores. ¡Qué cosa! Mi muerte es la excusa perfecta para
comprar un pasaje de avión y vacacionar en Santo Domingo.
Observo a un niño que contempla
desde lejos. Su madre ha entrado al velorio; él decidió permanecer fuera, creo
que teme a esta cosa inerte que soy. La brisa se mantiene estática, suspendida,
o está muerta igual que yo o también me teme.
Abuela, quién diría que verías mi
muerte. Estás tan afligida. Con tus ojitos de lágrimas secas. Ya no te quedan.
Mi abuelo se las llevó todas.
Cuando mi madre se marchó, nunca
pensé que, quizás como yo, también estuvo presenciando el post mortem de su
vida. Espero desvanecerme pronto. De eso se trata ¿no?
Aún sigo ahí, en medio de la
sala. Ya es de noche. Un grupito de amigos cuida de mi cadáver. Planean un
asopado. Veo una botella de ron. Antes de empezar a creer que celebran mi
muerte, alimento mi fe con la seguridad de que es para que la humedad de la
noche no les haga daño.
Amanece y colocan una lona, pero
no sé si mengua o multiplica el calor. La escuela de la comunidad no abrió a
clases.
-¡Vaya! Me siento históricamente
importante.
Me inyectan una sustancia.
Siempre odié ese olor, ahora está alojado en mí.
El cura habla para los presentes.
Eleva súplicas al Señor por mi alma. Resalta muchas cualidades.
-¡Un momento! ¡Yo no era tan
buena!
Mi papá arregla con mi padrino
las cosas del entierro. Es mejor pensar que los menesteres no le han permitido
llorar. Acta de defunción, el nicho del dueño del colmado de enfrente que fue
tan generoso de prestármelo por dos años.
-Gracias don Fausto. ¡Viejo
verde!
A la que ahora dirigen a su
última morada, no le sorprende nada de lo que está viendo. Muchas veces imaginé
mi funeral. Y créanme, no fue mejor que esto.
Me hice profesional por
misericordia del Grandísimo. Y supongo que, así como el título no me sirvió en
vida, mucho menos servirá en este estado putrefacto. Mis empleos fueron pésimos.
Y si no veo a mis jefes por aquí, es porque, estoy segura, están entrevistando
a dos o tres para mi puesto. Alguien ya se encargó de decirles que no volveré
más a sus estrechas oficinas.
Este entierro es horrible.
¿Podría llorar mi propia muerte? Mis hijos acaban de percatarse de la realidad.
Lloran porque no quieren dejarme en esta fría sepultura. Es muy tarde para eso.
Su padre los consuela sin obtener resultado. Sí, dije su padre, aunque no lo
haya mencionado hasta el momento. El hoy viudo cumplió con todos los requisitos
para hacer mi vida completamente infeliz, pero digamos que ese fue un premio
directamente proporcional a la mala decisión que tomé al enamorarme de él. Nunca
pintó nada bueno, aparte de esos dos muchachos, a los que les di ese cuerpo
vendiendo productos de guagua.
Regresan a la casa, desbaratan el
altar, enganchan mi foto, se acuestan un rato. Se levantan. Rezan. Brindan jugo
y galletas. Al otro día, arroz con dulce. Al día siguiente, bizcocho con coctel
de frutas.
-¡Hey! ¡Estoy muerta! ¿Alguien me
recuerda?
Al sexto día se van de compras.
Mi hija se mide vestidos y faldas. Se toma una foto en el espejo de la tienda,
y de inmediato circula en las redes sociales.
-Mírate mi hija, eres el retrato
mío, recuérdame al menos por eso.
Regresan de las compras y
almuerzan. Una tía escribe un resumen de mi vida para leerlo pasado mañana. No
para buscar protagonismo. No. Es para recordar mis fechas importantes en vida,
que ya no importan porque estoy muerta.
Mi hijo se mide sus zapatos
nuevos. Está ansioso por ponérselos. No importa que sea para conmemorar los
nueve días del fallecimiento de su madre, él…quiere ponérselos.
-¿Fui tan mala madre?
El almuerzo de la vela fue todo
un menú. Casi comida gourmet y a mí comiéndome los gusanos. Jamás pensaron mis
vecinos que mi muerte sería tan deliciosa.
Ese día cuando más gente hubo fue
a las doce del mediodía. Luego no se soportaba el calor, por lo que muchos se
marcharon antes de que iniciara la pesada ceremonia de las tres de la tarde.
Cuántos familiares que no conocía
y que no conoceré jamás. Una mujer anciana toma la palabra para hablar de una
aparición que tuvo.
-Señora, yo no he hablado con
usted. ¡Deje de decir mentiras!
Pero nadie me escucha. Estoy
muerta. Ahora pueden inventarse de mí cuanto quieran.
A las tres semanas de mi partida
invitaron a mis hijos a un compartir en el parque de la comunidad vecina.
“Pueden asistir, es una actividad religiosa” dijo el coordinador de la
pastoral. Y sí era religiosa, pero había en ella música, colores, luces y
diversión. Sin embargo, lo peor fue ver que acudieran. No bailaron, pero
fueron. No tomaron, pero fueron. Vestidos de negro, pero fueron.
-¿Qué luto del carajo es el que
se lleva en el corazón? El corazón vino rojo, no traten de vestirlo de negro
cuando sus sentimientos engañan a la razón. Nadie me contesta. Ya no estoy. No
existo. No es que desee que mueran conmigo, pero quiero que guarden su
hipocresía para otra muerte, no la mía.
Regresan a la escuela. Mi padre a
su campo. Mis amigos apenas me piensan. Ni siquiera a quien quedé debiéndole
dinero visité en alguna ráfaga mental. Fui puro velorio y nueve días.
El hoy viudo, padre de mis hijos,
no perdió tiempo y “sufriendo mi muerte” se refugió en los brazos de Rosa.
Pobre Rosa. Yo ya estoy muerta, pero ella no sabe lo que le espera.
Fin
Un mes de muerta
©Nathalie García, San Francisco de Macorís.
Cuento ganador del segundo
lugar en el certamen de talleres literarios de la Feria Regional del Libro, 2015
¡Wow! Me encantó, destella una sensibilidad increíble en cada parte del texto.
ResponderBorrarEn este texto vemos una dura realidad, de lo son los cambios de esta nueva era , estamos viviendo una nueva forma de acoger la muerte de nuestro seres queridos de distintos punto de vista y sentimientos encontrado, aún sintiendo nuestra partida lo enfocan desde una perspectiva diferente a lo que era el sentir del ayer y la nueva aceptación de hoy , un hoy moderno donde no afloran esos sentimientos tan sublime como eran los del ayer , pero sin dejar de sentir un vacío por nuestros seres queridos. En cada palabra del texto se pone de manifiesto un sentir lleno de pesar sin tener un solo momento de desperdicio en este tan interesante texto.
ResponderBorrarVemos como ella narra su propia muerte con una sensibilidad y un pesar tan grande y doloroso al ver que su muerte no significó nada en sus seres más queridos que fueron sus hijos, donde ni su abuelita la pudo llorar de tanto que había lllrado por la partida de su abuelo .
ResponderBorrarEsta narración está en primera persona, Mi,yo, soy , me, tengo,
ResponderBorrarExcelente narrativa y muy realista. felicidades.
ResponderBorrarEn esta narrativa la muerta quería dejarnos bien claro que ella buscaba en alguien ese dolor sincero y ese amor que extrañaría al no estar ya en este mundo . Excelente maestra la queremos desde Jarabacoa
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