El escape - Vicente Arturo Pichardo

 El escape Vicente Arturo Pichardo Corre, lo persiguen, espera encontrar un lugar para esconderse. Lleva diez minutos de ventaja. El sol calienta a plenitud. Está cansado, el estómago se queja y los labios tienen horas que no tocan el agua. 

La brisa levanta el polvo trasladándolo a las hierbas y arbustos. Sus ojos visualizan las montañas con esperanza. Los pies siguen moviéndose, no han dejado de moverse. El corazón late como tambor y el sudor brota una y otra vez humedeciendo la piel, manteniendo la ropa mojada. Los zapatos dejan huellas; el olor queda atrás; ese olor que rastrean los canes, los que conducen a los perseguidores. 

–Por aquí –dice uno de ellos–. Ya debe de estar cansado. 

–Sí. Y no está lejos –responde el compañero. Se quita la gorra y limpia el líquido de la frente. 

Visualiza la captura en silencio, manteniendo la boca arqueada. Y salen de la protección natural que les dio un manto de sombra durante una buena parte del camino. Los perros ladran. 

–¡Vamos! De prisa –grita uno de ellos–, acelera el paso. 

Siguen ladrando los perros. Corren, corren, pero no a la misma velocidad del hombre que tiene a pocos metros la alambrada. Con la Virgen que le cuelga en el cuello dándole confianza y el deseo de ver a su madre, esposa e hijos. 

–¡Dios mío! –dice al tiempo que le brotan lágrimas. 

Recuerda el momento en que asesinaron a la mujer. Él pasaba como de costumbre. Discutían. En el instante en que los vio el asesino estaba apuntando a la joven y comenzó a descargar el arma. 

El asesino lo miró, lo persiguió, peleó con él hasta que lo noqueó y las huellas quedaron impresas en el arma. –No se escapará –dice el perseguidor manteniendo el rostro de alegría, empuñando más fuerte el rifle–. No se volverá a escapar. 

Tiene presente el instante en que lo atrapó: «llegó a la escena del crimen, la chica estaba en el callejón, en el suelo, entre la basura, con heridas en el cuerpo, bañada en sangre. Mientras que el hombre estaba a corta distancia, sentado, la espalda reposaba en la pared, con la cabeza hacia abajo y el arma en el suelo, entre las piernas. “Yo no lo hice, es una confusión”, repetía una y otra vez, pero los oficiales no le hacían caso. “Un hombre tenía el rostro cubierto”, seguía contando. “Buena captura”, se decían entre ellos los oficiales». 

Tropieza, se levanta y sigue la huida refrescándole la memoria por lo que ha luchado: vio a la esposa sentarse y a los pequeños perseguirla; con pasos adormecidos, las manos en el estómago y los rostros caídos sin alegría ni tristeza. “Mami tengo hambre”, le dolió al escuchar al pequeño. “La situación en este país está mal”, fue su respuesta. “No sé por qué es tan difícil conseguir empleo”, se dijo para sus adentros observando el rostro de la mujer que preguntó mirándolo fijamente: “¿y qué vamos a hacer?” Tomó una decisión y en el momento en que partió, su madre le suplicó: “mi hijo, cuídate”. Hizo silencio a modo de despedida. “Otro país; allá habrá oportunidad” se dijo y pidió la bendición a la madre marchando con la confianza de que la familia estaría mejor. 

Se quedó en el apartamento del primo, éste le ayudó a conseguir trabajo en una bodega. Al mes envió las primeras remesas. Llamaba para saber de su esposa e hijos. Se comunicaba con los niños y las preguntas que hacían le causaban risa. Crecían y lo notaba por el timbre de las voces cuando le explicaban lo aprendido a medida que pasaba el tiempo. Y se emocionaba cada vez que le decían: “Papi, ya pasé de curso”. 

El recuerdo es interrumpido por los ladridos de los perros que se acercan, y acelera el paso conduciéndose más al sur. “Freeze there”, escucha a uno de los oficiales gritar, pero sigue, corre más y más, sosteniendo la medalla de la Virgen. –Ayúdame Virgencita– musita sin mirar atrás. Corre más de prisa, se acerca al lugar. Los perros siguen ladrando y se detienen los oficiales. Sin embargo, el hombre continúa corriendo desesperadamente. Ya está cerca. Extiende el brazo para tocar la alambrada. Escucha un disparo; suelta la medalla, cae al suelo y mira por última vez el retrato de la Virgen, del otro lado de la frontera.

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